Escribo desde un pueblo del valle de Arán, a una semana de volver a Madrid. Mi equipo está desperdigado por España, Italia y Brasil, me imagino que con la misma angustia/alegría de la vuelta de vacaciones que yo.
Ser florista implica estar muchas horas de pie limpiando flores, cubos, mesas, tijeras y el suelo (más concienzudamente en pandemia). Ser florista significa planificar un 80% porque siempre hay que dejar un 20% para una idea genial que se te puede ocurrir en el último minuto. Y las sorpresas llegan, lo quieras o no.
Recuerdo haber entrevistado a una diseñadora de Philadelphia que viajaba al mercado de Nueva York después de haber encargado la mayoría de sus flores a su proveedor. En esos viajes llevaba en el bolsillo la parte del presupuesto para las ‘flores sorpresas’, las variedades compraría en la calle 28. Ese último ‘touch’ fue lo que hizo que Martha Stewart la pusiera en la única lista de grandes floristas de Estados Unidos que publicó algunos años atrás.
El otro tipo de sorpresas son, por ejemplo, encargar rosas color durazno, abrir las cajas del proveedor y encontrar unas en tono salmón chillón. Acto seguido, estamos llamando a otros proveedores, consultando precios y tiempos de despacho, con el consiguiente incremento en el costo.
Cuando recién comencé a trabajar en eventos, mi jefe me dijo: si todo está en el lugar y en el momento correcto, el encuentro se moverá sobre espuma. Sin embargo, si hay un solo elemento fuera de lugar, saltará a la vista y los asistentes lo notarán. Poner rosas salmón en vez de durazno en un diseño, puede tener el mismo efecto que colocar un paté sobre una tostada revenida.
Con este nivel de detalle, las vacaciones son un tiempo necesario. Mi lugar en España son los Pirineos porque los bosques me recuerdan al sur de Chile. Así que este verano por fin me trepé en una bicicleta hasta el final del valle de Ruda. Para mi alegría y desesperación, vi montes de ammi majus, margaritas salvajes, astrantias casi transparentes, cardos ultra espinoso, eryngiums azules, escabiosas violetas, enredaderas de flor del guisante. ¡Pensar que yo pago por todas esas flores y no me las puedo llevar!
En los pequeños pueblos que visitamos, encontramos huertos con girasoles que me sobrepasaban en altura, dalias multicolores y gladiolos turgentes. Me inquietó pasar por uno en Esterri d’Aneu y ver una multitud de rosales dejados a la buena de Dios, cuando en otros años su dueño los tenía como un primor.
¡Una semana más y nos vamos! Una semana más para cargar de energías, agradecer, comer rico, dormir hasta tarde. Lo justo para terminar el libro ‘Untamed’ de Glennon Doyle, repetir capítulos de The Happiness Lab, A Slight Change of Plans y Meditative Stories podcasts cuando me voy a dormir. Para echarme en el pasto y ver las hojas de los abedules moverse con el viento, seguir los divertidos recorridos de las golondrinas, divisar una que otra águila y contar aviones camino a Francia. Todos parecen que están tan ocupados y yo tengo el lujo de quedarme quieta ¡un momento más!