¿Cómo se forma un equipo cuando no conoces prácticamente a nadie en el país que acabas de aterrizar? Por Instagram. Sí, señores. Así que si no tienen esa red social, corran a abrir una cuenta y le harán la competencia a Julio Iglesias.
Segundo, sean generosos. Si alguien les pregunta dónde compraste esa tijera, mándenle en link de vuelta. Aunque algunas universidades tienen el diseño floral dentro de su currículum, sigue siendo una especie de apéndice de la botánica o el paisajismo.
Hasta ahora las grandes academias no han hincado el diente a este arte considerado menor (piensen en las composiciones florales del siglo de Oro flamenco que hoy nos chiflan y por las que hacemos horas de cola en los museos). Hay compendios por aquí y por allá, alguien inventa algo y queda remitido a un país e importar ese adminículo es una odisea de impuestos y trabas. Si conseguir un florero puede ser una odisea es que hay mucho que hacer.
¿Qué decir de tecnologías? Los pocos sistemas informáticos y aplicaciones que hay están en inglés. Y las que están en español parece que funcionan a ritmos de la edad de bronce.
¿Queremos que la industria avance, no al galope, sino a la del beet? Pues hay que compartir el conocimiento. Difundir los hallazgos, aplaudir las cosas bien hechas, aventurarse en los diseños, y si es necesario, cruzar océanos.
Azuma Makoto fue el primero en mandar flores al espacio, poner un bonsai en una estación nuclear, mandar al mar una estructura con flores. Varios chicos de Silicon Valley y aquí en Barcelona han creado empresas que venden miles de flores online, moviendo miles de dólares y euros. Con ello dinamizan el mercado, llegan a nuevos clientes, alegran habitaciones donde antes jamás hubiese reposado un tallo.
¿Quién quieres ser tú en el mundo floral?
By Sylvia Bloom