De las letras a las flores

Sylvia Bustamante Gubbins, directora




La culpa la tuvo Nueva York. Estaba sumida en mi tesis, batallando con historias pasadas, redactando y tachando hasta que dije: “tengo que hacer algo con las manos”. Tomé clases de escultura y empecé un proceso completamente diferente. Creativo ya no con las letras sino con la arcilla. Pero fue un intento fallido porque lo único que hacía eran copias malas inspiradas en las obras de mi hermano artista. Cuando los cupos de mi profesor se coparon, no me quedó otra que buscarme otra ocupación. Y buceando otro poco en internet encontré las clases de diseño floral.  


Volví de mi primera clase en el Botanical Garden asustada. Ese arreglo en forma de triángulo, son claveles, crisantemos y helecho sobre espuma floral, ni siquiera digno de publicarse en Instagram, me sedujo de manera irreductible: me hizo feliz. “Vinimos a Nueva York para que fueras escritora y ahora vas a ser florista”, me dijo mi hija menor. Algo reventó, despertó, me picó, no sé cómo explicarlo. Pero supe que había descubierto una joya escondida dentro mío. Y, además, sabía que tenía mucho que aprender y practicar.


Instagram se convirtió en mi arma de investigación. Cómo no, la Gran Manzana albergaba a diseñadores excepcionales y pude tomar clases con Putnam & Putnam, BRRCH, Remco van Vliet, Christian Tortu, Lewis Miller, Ariella Chezar, Francoise Weeks, entre otros. Viajé para aprender de Katie Davis y fue freelancer de Victoria Clausen, armando eventos en graneros y hoteles cinco estrellas. Descubrí a Holly Chapple y pasé a formar parte de su red Chapel Designers. Su manera de enfrentar el diseño y la empresa, así como la educación, me marcaron. Si hay alguien a quien debo mi vocación de servicio es a ella. Y como soy una alumna impenitente, saqué dos títulos en la Flower School NewYork y la London Flower School.


Cumplida la estancia en Manhattan, llegué con mi marido a España. Pasé el verano pensando qué era mejor: abrir un estudio o una escuela. Ganó la escuela. Aún así, me sentía con el perro de Goya que mira a una sombra entre el pavor y la sumisión. ¿Quiénes serán mis instructores ¿Qué dejaría dentro o fuera del programa profesional? ¿Cómo me daría a conocer en un país al que recién acababa de aterrizar? Más cercano aún, ¿quién vendría a la inauguración? Si apenas conocía a un puñado de gente. 


La historia continúa a pesar de mí misma, de mis tropiezos, de la pandemia. Porque las flores tienen algo mágico: te conectan con personas de gran sensibilidad. Tengo un equipo de ensueño, una visión clara de lo que quiero y una ilusión: ser la mejor escuela de diseño floral en habla española. ¡Y esto solo está empezando!


SYLVIA BLOOM

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FOTOGRAFÍAS: Daniela Rodrígues, Fernando Gallardo, Maria Lamb